Comunidad Shekiná

La historia de nuestra comunidad comienza cuando, siendo jóvenes, allá en los inicios de los años 80, los Misioneros del Espíritu Santo nos convocaron a los jóvenes que asistíamos a las eucaristías de la Parroquia a vivir una Pascua Juvenil en Arnedillo, La Rioja.

Algunos iban con un grupo y otros solos. Allí nos encontramos todos. Comenzó nuestra andadura en varios grupos que se hicieron después de la Pascua alentados por la Pastoral Diocesana. Con el tiempo esos diferentes grupos terminaron fusionándose y formando una comunidad.

En la actualidad somos veintidós personas. Algunas se encontraron en aquella primera Pascua y otras se han unido a lo largo del camino.

Nuestro lugar de referencia y de vivir en la Iglesia ha sido siempre la Parroquia de Guadalupe. Desde aquí hemos vivido nuestro compromiso para colaborar en la mejora de nuestro mundo,  aportando un granito de arena en la construcción de ese Reinado de Dios. Lo hemos hecho como agentes de pastoral juvenil en los primeros tiempos y después como pilotos de las comunidades de adultos. También hemos participado en el Consejo Pastoral, en el GAS, la comisión permanente, la comisión de economía, Dignidad y Solidaridad… intentado siempre vivir y crecer como comunidad de comunidades.

En la actualidad la mayoría vivimos en el barrio de Hortaleza y sus alrededores. Algunos vivimos en el mismo edificio y dos viven en Segovia. Hemos estado muy vinculados al barrio a través de nuestra participación en asociaciones como Fray Escoba, e-labora y La Torre.

Además de colaborar en las actividades y áreas de la Parroquia y del barrio, también es importante nuestra relación con la cooperación al desarrollo de los países del Sur, a través de Manos Unidas durante mucho tiempo, y Entreculturas. Y también con la población migrante a través de Pueblos Unidos y las visitas de algunos hermanos al C.I.E. de Madrid.

En los últimos años nos hemos acercado a otras realidades de dolor: los cuidados paliativos y el centro de escucha vinculados al voluntariado en Los Camilos de Tres Cantos y en el Hospital del Niño Jesús, o la realidad de las mujeres maltratadas o las personas sin hogar….

Como comunidad tenemos un fondo comunitario desde el que aportamos dinero a proyectos en el barrio y en el tercer mundo. Algunos comparten su sueldo en un proyecto llamado Fondosol que comenzaron hace 18 años y se reparten equitativamente un sueldo al mes y van creando un fondo solidario para compartir con otros a través de proyectos y préstamos sin interés.

Pero lo más importante para nosotros es vivir la comunidad como un regalo. Después de tantos años descubrimos la comunidad como un don. Las promesas del Señor se cumplen porque Él siempre permanece. Vivimos agradecidos con la certeza y la confianza de estar acompañados incondicionalmente. Reconocemos su presencia caminando entre nosotros.

Hemos experimentado que cada hermano, cada hermana es un lugar privilegiado de encuentro con Dios, es tierra sagrada ante la que nos descalzamos y nos sentimos conmovidos. La fraternidad no es un lugar al que se llega, sino un camino por el que transitamos, en el que nos perdonamos y aprendemos a no juzgarnos, a acogernos, valorando que la diversidad de ritmos y proyectos es riqueza para todos, siempre en la alegría y en la certeza de estar disfrutando de un anticipo del Reino.

En el caminar comunitario hemos ido aprendiendo a compartir desde la debilidad. Nos damos cuenta, cada día más, de que Jesús se hace presente en nuestra fragilidad, que hemos aprendido a compartir y en nuestras limitaciones, que son muchas. Y, como un milagro, descubrimos una espiritualidad de la imperfección que nos acerca y facilita el encuentro con Dios y con los hermanos y hermanas.

Dios se hace vida en los sacramentos: la eucaristía, la reconciliación, el bautismo…y en otros tan cotidianos como la oración, las celebraciones, la risa, el llanto, las comidas compartidas y la naturaleza. Estos signos nos animan a cuidar y construir la casa común que somos todos.

La mayoría hemos cruzado la línea mágica de los 50 y aún tenemos mucha energía. La realidad y nuestro momento vital nos empuja a ser valientes, ponernos en pie y salir de nuestra zona de confort. Retomamos nuestra vida de una manera más realista, más profunda, más purificada y queremos volver a humildemente ponerla en juego, sabiendo que a la postre solo podemos ser instrumentos. El Espíritu alienta los sueños en las personas que forman la comunidad y nos mueve a buscar caminos nuevos con esperanza e ilusión. Sentimos que nos ha llegado el tiempo de ser auténtica tienda del encuentro (Shekiná), oasis para compartir luz, acogida, sanación, escucha, camino, justicia, amor y esperanza.

En el verano pasado todo esto lo resumimos en lo que llamamos los cuatro focos:

  1. Acercamiento a los preferidos de Dios.
  2. Construir espacios acogedores de apertura, testimonios, acompañamiento y paz, siendo invitados a ser testigos.
  3. Renovar y enriquecer nuestra espiritualidad atentos a experiencias de otros.
  4. Cuidar la vida comunitaria. Seguir compartiendo con hondura lo humano y lo divino.

Como comunidad de Guadalupe nos sentimos invitados a una misión apasionante: contribuir a un mundo más feliz. Desde la oración y la fraternidad, somos llamados a acompañar, celebrar y sanar la vida de los otros junto a la nuestra.

Comunidad Shekiná