Virgen de Guadalupe

Llega el 12 de diciembre y como siempre nos reunimos la familia para celebrar el cumpleaños de nuestra Madre, la “Pupanita”, como empezaron a llamarla nuestros nietos. A continuación de la Eucaristía nos espera una cena mexicana, con margarita incluida.

¿Por qué celebramos tanto este día?

Todo empezó cuando siendo nuestros hijos preadolescentes hacíamos “turismo eucarístico” buscando una Iglesia en que, en las misas, al menos no se aburrieran. Así descubrimos la iglesia de “los mexicanos”, como vulgarmente se la conocía, Allí nos encontramos con algo tan distinto que al preguntar al domingo siguiente dónde querían que fuéramos, el pequeño muy convencido nos dijo:

“vamos a la Iglesia en la que nos cogemos de las manitas”.

Además de lo singular del Templo nos encontramos una Eucaristía auténtica, alegre, participativa y distinta a lo que estábamos acostumbrados, consecuencia directa de como celebran y ofician los MSpS

Su ligero acento mexicano y formas de decir novedosas, no menoscababa en nada  la imagen de un Dios próximo, el de Jesús, expuesto de forma brillante y sencilla a la vez, tanto a lo más íntimo y personal, como a lo comunitario y cooperativo.

El Templo está presidido por una copia de la imagen de la tilma de Juan Diego donde hace más de 459 años quedó estampada una joven mestiza.

Si los Misioneros son un ingrediente importante para nuestra familia, La Virgen de Guadalupe es algo muy especial.

En el Nican Mopohoa, escrito en origen por Antonio Valeriano a finales del siglo XVI en lengua náhuatl con grafía castellana y traducido posteriormente en 1649 por Luis Lasso de la Vega, quedo incluido en su libro: El gran acontecimiento con que se le apareció la Señora Reina del cielo Santa María, nuestra querida Madre de Guadalupe, aquí cerca de la Ciudad de México, en el lugar nombrado Tepeyácac.

Si añadimos las consecuencias y efectos en México y América sobre la expansión de la Fe cristiana en el continente, cabe pensar que Dios interviene en la Historia. Este prodigio, es de tal naturaleza y excepcionalidad que es fácil aceptar tal aserto. Enunciar que Dios interviene en la Historia, nos sitúa en uno de los temas teológicos más estudiados y controvertidos. Ninguna intención en terciar en tan espinoso tema. Lo dicho en estas líneas, solo tiene el valor del enunciado de una sospecha y la expresión de una emoción.

Hemos visitado México cinco veces y nunca hemos dejado de ir a la Villa de Guadalupe, a visitar la Basílica. En uno de los viajes acudimos a hora temprana y en día laborable. La asistencia de fieles y visitantes aquel día era escasa en comparación con las visitas anteriores. Ese día tuvimos una experiencia difícil de explicar.

Observar la imagen con detenimiento, y obviando los repintados fácilmente identificables, suscita cierto asombro por su realismo y composición. Es una representación lejos de todos los cánones conocidos. La imagen no es una pintura, es una impresión de naturaleza desconocida, en la que no se aprecian ningún tipo de pigmento físico. Observando con atención, la diferencia con los repintes llega a captarse y al mismo tiempo, la sorpresa y sensación que uno siente al contemplar algo inexplicable, comunica una intensa emoción y conmueve de forma inefable.

Solo un dato incuestionable: El ayate o tilma de Juan Diego es una túnica de un tejido basto de fibra de magüey, cuya duración o conservación, es imposible más allá de los 20/30 años. La imagen está estampada sobre un material  caduco y se mantiene intacta al cabo de más de 500 años.

De rasgos mestizos por el color de la piel y sus ojos, sin joyas, ni coronas, con una sencillez elegante y ligeramente notable su gravidez. Tal y como está situado el cuadro en alto tras el Altar Mayor y desde nuestra posición en dos niveles mas abajo, sus ojos ligeramente entornados, parecía que nos miraban. Recordábamos las palabras de la Virgen a Juan Diego

“… que ninguna cosa te aflija ni te perturbe ¿No estoy yo aquí que soy tu Madre”

Este día al que aludimos coincidió con que uno de los tapices que avanzan al pie de la imagen estaba parado, mientras los otros avanzaban normalmente.

Esto nos permitió colocarnos en el centro, parados y sin molestar a nadie, contemplando la imagen sin agobios ni aglomeración alguna y sin que el tiempo importara.

El  momento fue intenso. Sabíamos de los estudios científicos realizados en la imagen, pero lo que vivimos tuvo valor en sí mismo sin razonamientos ni asombros, simplemente sintiendo una fuerte emoción.

La sensación perdurable, aún hoy en día,  fue de encuentro, de confianza, de gratitud, de presencia

Al salir, nos sorprendieron comitivas con pendones y estandartes de cofradías de distintos lugares de México, diferentes atuendos e incluso etnias distintas. Salíamos en el momento que empezaba la animación del lugar que ya habíamos vivido en otras ocasiones.

Al recién llegado, al visitante por primera vez, le asombra lo festivo de sus gentes. Van a rezar a su Virgen, color y música inunda la Plaza, procedentes de todos los lugares de México.

Si el lector ha llegado a este punto, solo nos quedan alguna recomendaciones. Vayan al DF y busquen el hueco para ir a la Basílica. No creo que fuera casualidad, pero puede que el madrugar ayude.

Elias y Elvira