Mi primera pascua en la PJV

Hace dos meses, en abril, tuve la oportunidad de asistir a la Pascua de la Pastoral Juvenil Vocacional (PJV) en el Atazar. Siendo alguien que no llevaba ni tres meses en la parroquia, llegué a la Pascua sin saber muy bien qué esperar. Conocía a mi grupo, a mi APJ y a alguno de los mayores, pero del resto de las personas que fueron sabía el nombre de alguno y poco más. En mi favor diré que no era la única, ya que en los dos últimos años no se había podido realizar esta salida, por lo que varios de nosotros no  sabíamos quiénes eran algunas de las personas con las que íbamos a pasar los próximos cuatro días. Por ello me sorprendió enormemente el sentimiento de unión y de previo conocimiento mutuo hubo nada más llegar al lugar. A pesar de la diferencia de edad entre los más pequeños y los mayores, se formó un grupo muy variopinto y alegre. Personalmente, algunos de los momentos más divertidos y que fomentaron el sentimiento de pertenencia fueron las comidas, especialmente con el juego de los Hombres Lobo, el cual dio un toque de competición y de humor a esos días. Se formaba un ambiente muy animado en el que veías a todo el mundo compartiendo experiencias o pensamientos con la persona que tenía al lado como si la conociera de toda la vida. El sentimiento de acogida y aceptación como una más que experimenté fue algo precioso y que agradecí muchísimo.

Para mí, el día más bonito fue el Jueves Santo, por las dinámicas que se hicieron y por la Eucaristía que hubo después de la cena. Como pertenecía al grupo de Propuesta 3, la mayoría de las dinámicas las hicimos aparte, hecho que desde mi punto de vista nos unió mucho ya que había un espacio seguro y de confianza para hablar. El abrirme de manera tan sincera y sin tapujos sobre las ataduras que tengo o había tenido en mi camino hacia la fe fue liberador,  no  por sentir que me quitaba un peso de encima, sino por sentir que cada uno puso un hombro para llevar ese peso todos juntos. Las palabras de consejo o de aliento que recibí fueron energía renovada que me impulsó a vivir mi fe con más ganas y que ahora, escribiendo esto dos meses después, sigo llevando esas palabras en el corazón. Esto supuso un antes y un después en la Pascua y en mi manera de ver la religión, ya que me permitió quitarme de encima el miedo a ser juzgada, el sentimiento de ser la única que tenía dificultades y la timidez que me impedía expresar lo que sentía o pensaba. Después de la cena se celebró la Eucaristía y el momento de dar la paz al resto fue una de las cosas más emotivas de toda la Pascua. El sentimiento de unión, empatía y entendimiento que se respiraba fue abrumador. Muchos lloraban y era un lío de abrazos y risas entre las lágrimas mientras que intentabas llegar a la otra punta del comedor sin tropezarte o chocarte con alguien. Aunque no conocía aún ni la mitad de los nombres de los presentes, abracé a cada uno de ellos con muchísima emoción y fuerza. Fue un momento realmente emotivo y en el que se reflejó perfectamente lo que ese momento significaba para cada uno de nosotros.

Otro instante que llevo en el corazón por la felicidad que despedía  fue una de las veces que nos reunimos en el comedor después de la cena. Casi de la nada un grupo de personas empezaron a cantar y al rato estábamos prácticamente todos cantando o tarareando si no te sabías la letra. Parecerá algo muy banal y sin importancia, pero fue un  momento en el que no pensé en nada, simplemente en lo cómoda que estaba allí, en lo bien que me lo estaba pasando y en lo mucho que agradecía el poder haber ido.

El Via Crucis fue otro de los momentos en el que se podía sentir la presencia de Dios entre nosotros. Fue un momento de reflexión sobre cómo lo pasó Jesús al cargar su propia cruz. Justo al terminar este recorrido  contemplamos la puesta de sol;  fue un instante precioso con la luz reflejándose sobre el embalse. Para mí fue un momento de conexión con Dios y de agradecimiento por la maravillosa oportunidad que había tenido  al acudir a ese lugar.

El último momento de la Pascua que me gustaría destacar fue la Vigilia. Nos sentamos juntos todos los que conformábamos la PJV para la misa como último momento de unidad antes de irnos a nuestras casas. La mayoría estábamos hechos polvo, pero ocurrió lo mismo cuando llegó el momento de dar la paz. Un sentimiento de alegría y familia se extendió por todos los bancos. Lo más emotivo fue la despedida, después de cantar toda la parroquia al unísono, poco a poco nos empezamos a ir. Fue decir adiós a unos días llenos de fe, amistad y unión marcharnos con el corazón lleno después de experiencia vivida.

Supongo que al ser mi primera Pascua y convivencia siempre tendrá un significado especial para mí. Pero también es cierto que después de dos años con el COVID-19 en los que no se había podido celebrar la Semana Santa de una manera relativamente normal, esta salida ha tenido un significado especial para todos. De verdad, espero vivir más de estas Pascuas y con la misma ilusión con la que he pasado la primera.

Sara Gayo Rodríguez. Popuesta 3