Después de alguna experiencia acompañando familias de emigrantes con la Fundación Pueblos Unidos, me he integrado en la tarea de acompañar a personas en situación sinhogarismo. ¿Qué puedo contar de ella?
Lo primero es que siempre hay que estar abierto a lo inesperado. A pesar de las fragilidades que quizá parezcan más evidentes en estas personas, como siempre que te acercas a un ser humano en cualquier circunstancia en que no media solo tu propio interés, sino más bien interés por un encuentro mutuo, tu mundo se amplía, tu propio yo, tus propias contradicciones y tus puntos de vista dejan de tener tanta importancia.
Lógicamente, he tenido que aprender de mis compañeros como acercarnos a ellos respetando su privacidad. En los primeros encuentros no siempre sabes qué decir o cómo actuar, y simplemente aprendes a estar y observar.
Con el tiempo, te vas dando cuenta de la diversidad de personas que se encuentran en esta situación, unas más frágiles, otras más fuertes, unos más conversadores, otros más tímidos, o sea no muy distintos de lo que encontramos en cualquier otra parte en que hay personas.
En general, he observado que estos pequeños ratos de compañía se agradecen. También en ellos se dicen grandes verdades, como la que me dijo uno hace poco: «la felicidad no está más que en los pequeños momentos que podemos vivir con las personas que nos quieren, y ya está». Y la inmensa sed de amor que hay en todos los corazones, aunque a veces se oculte de mil formas distintas.
He tenido ocasión de acompañar a personas que ya nos han dejado porque, estar en la calle, sea una decisión elegida o sea la última alternativa, es una vida dura, y como alguno me ha transmitido, la calle puede ser muy cruel y desgasta.
En general siempre he recibido agradecimiento, en mayor o menor grado.
No siempre ha sido fácil asumir que la realidad que ves existe. De alguna forma, cuando te acercas y la miras, te golpea. Todos sentimos que no debería existir, y casi siempre te quedas un poco con la sensación de que no has podido más que dar un pequeño alivio, pero no les puedes sacar de su situación. Sin embargo, no he visto personas agresivas en todo el tiempo que he convivido con ellas, aunque no siempre hayan tenido su mejor día. De vez en cuando, he tenido que rezar después sobre mis visitas, para devolverme la paz y asumir mis limitaciones y verle el sentido a todo ello. Lo que sí os puedo mencionar es que luego puedes apreciar lo bueno, no solo en tu vida, sino en la de ellos, porque en cualquier situación, el ser humano, si te fijas bien, sigue rezumando dignidad, y eso se percibe mejor cerca de la fragilidad.
No quiero dejar de mencionar a mis compañeros en este servicio, con los que los que he vivido ratos muy enriquecedores y llenos de ternura. Desde luego, me han enseñado pocas teorías, y menos juicios, y cómo la humanidad se trasmite muchas veces con los gestos más sencillos, llenos de presencia de nuestro Dios, que se expresa muchas veces en el silencio.