Me lanzo a abrir una nueva sección de nuestra página parroquial con el objeto de recuperar y compartir el paso de Dios entre nosotros.
En el último año, he podido comprobar que los hermanos y hermanas que se vinculan a un voluntariado, sea del tipo que sea, viven un desgaste o erosión espiritual que han compartido conmigo en varias ocasiones y, por ello, he decidido convertirme en “reportero de lo social”.
No es mi pretensión promover héroes o heroínas, busco hacer justicia a la presencia del Espíritu Santo que actúa en medio de nosotros. Por ello, los entrevistados mantendrán el anonimato y solo me referiré a ellos y ellas por el género, respetando su testimonio y aportando algún comentario propio que creo puede ser útil para todos aquellos que se sientan llamados al voluntariado.
La primera persona con la que he mantenido un encuentro, es un varón que ha vivido un largo proceso de búsqueda y seguimiento de Jesús. Nos ha compartido que, lo más significativo que le ha dejado su servicio con marginados, ha sido un “cambio de mirada”; como si antes estuviese ciego y no pudiera sentir y vibrar con el sufrimiento de otros.
Me hizo recordar que un personaje recurrente en los evangelios son los ciegos (Mc 10,46-52; Jn 9,1-41) y tiene toda su lógica porque, en la mía propia, he podido comprobar que toda nuestra vida es un aprender a ver o a quitarnos cegueras. Por ello, creo que una de las tareas fundamentales del voluntario es atender sus cegueras, porque no podemos asumir el amor al prójimo y comprender su sufrimiento sin trabajar nuestras cegueras.
Cuidar nuestras cegueras purifica nuestras empatías, nuestros acercamientos al otro u otra y acrecienta nuestra capacidad de escucha sin juicio y con humildad.
Nuestro entrevistado nos pone también en alerta sobre las motivaciones de nuestro voluntariado: tener motivaciones torcidas en un servicio o, simplemente, no tenerlas claras, puede hacernos caer en el activismo, que no es servicio cristiano.
Por último, nuestro primer voluntario recomienda dos mediaciones fundamentales para sostener el servicio al sufriente: primero, una lectura meditada del evangelio de cada día en primera persona, buscando en ella la llamada a hacer presente el Reino. Y, en segundo lugar, perseverar en un proceso de comunidad, convencido de que la fe se fortalece en compañía de hermanos y hermanas con los que se comparte la propia fe, la vida y el compromiso.
Es posible que lo aquí compartido no aporte grandes novedades, sin embargo, creo que es necesario evidenciar que tenemos hermanos y hermanas que buscan seguir a Jesús desde lo cotidiano, asumiendo sus responsabilidades de manera sencilla y perseverante.
Hasta la próxima.
El Nabí