Mi mejor versión se vive en comunidad de comunidades

Cuando recibí el ministerio del presbiterado usé como slogan para la invitación la frase de Concha Cabrera: ‹‹Eres de la Iglesia, ya no te perteneces››. Esa idea había sido significativa para mis votos perpetuos y sentía que me invitaba a salir un poco de mi egoísmo y tentación de pensarme dueño y señor de todo. Hace poco más de dos años toqué las puertas de vuestra parroquia para que me enseñarais a ser sacerdote y misionero. Hoy me siento vuestro, vosotros sois la comunidad a la que pertenezco.

En este ambiente fraterno quiero que hablemos de un tema “jabonoso”; para algunos es un tema incómodo y bochornoso. Es de esos temas que difícilmente se hablan en una tertulia del bar o de los que se baja la voz cuando se acercan los niños. Hablo de aquello que puede incomodar a los chavales y o cabrear a los padres si se saca en un cumpleaños de la abuela. Vamos a hablar de la vocación. Puedes pasar página si has sentido ese cosquilleo interno y sudoración en las manos, propia del que no le gusta hablar de estas cosas.

Ya todos sabemos que el “cogollo” de la vocación cristiana es ser hijos/as, hermanos/as y prójimos solidarios. A lo único que el Padre nos llama es al amor, en todos los tiempos y a todas las personas:  ‹‹Habiéndonos predestinado a ser para él hijos adoptivos gracias a Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad›› (Efesios 1,5). La expresión “adoptivos” que usa el autor del texto nos sirve a nosotros para resaltar el carácter gratuito, generoso y personal del amor del Padre.

¿A qué es “chulo” esto de la adopción como analogía paulina? Dios “colocó ficha” y nos fue a buscar al otro lado del mundo para adoptarnos. Como un padre maternal nos esperó, se puso nervioso porque no sabía si podía ser nuestro padre y celebró cuando por fin nos tuvo en sus brazos.  Bueno, esto es más o menos la vocación cristiana. Vocación es descubrir que somos como un pan de misa: es-cogidos, rotos, bendecidos y enviados.

¡Cuando descubres que para Dios eres la hostia, ya descubriste tu Vocación!

La vocación dentro de la Vocación

Sin quitarle gratuidad y amplitud a la Vocación cristiana (con mayúscula) hay que decir que existe una vocación eclesial. Son necesarios los roles y carismas dentro de la comunidad de comunidades. Este es el punto que quiero profundizar. ¿Por qué nos cuesta tanto normalizar que un joven, partiendo de un proyecto de vida y de fe más amplio, puede plantearse que su mejor versión coincide con ser misionero del Espíritu Santo? ¿Somos la actual comunidad de “mispis” suficientemente evocadores de una vocación eclesial? ¿Mostramos plenitud en nuestro estilo de vida, como para que algún joven se sienta atraído por conocernos mejor? ¿Los/as laicos/as, somos red que convoca para diversos roles y vocaciones carismáticas?

Quiero aclarar que no es que me quiera poner en plan “borde” y os heche un discurso melancólico desde el púlpito: ‹‹¡No habéis promovido vocaciones! ¡Ahora somos pocos, viejos y evidentemente frágiles! ›› Tampoco vamos a estar en plan “friki” y atosigar a los chavales para que sean mispis. No, no de esto va la cosa. La cosa va de que reactivemos en la parroquia una cultura Vocacional (con mayúscula y minúscula). Una conciencia colectiva de que todos nos necesitamos y de que todos y todas somos importantes. De que la comunidad se enriquece por la diversidad de ministerios y carismas (Cf Hechos 6:1-7¸1 Corintios 12:4-11).

Comunidad de Guadalupe, ayúdenos a ser una comunidad vocacionalmente viable. Confróntenos si no somos suficientemente coherentes con nuestra hermosa vocación. Háganos saber si nuestro modo de vivir el seguimiento de Jesús muestra un rostro clericalista, machista o poco feliz de la Iglesia. Os necesitamos para vivir en plenitud nuestra vocación carismática dentro de nuestra común Vocación bautismal.

 La vida religiosa y el presbiterado tienen mucho camino para repensarse, purificarse y confrontarse con los signos de los tiempos. Sin negar los retos, hay que decir que el carisma que nació de una colaboración entre la laica Concha Cabrera y el misionero Félix de Jesús en 1914, sigue siendo útil al reinar del Padre.

Como comunidad de misioneros insertos en Madrid, esperamos saber ofrecer espacios de voluntariado social en nuestras comunidades en Hispanoamérica, saber acompañar personalmente búsquedas de sentido y fe de las y los jóvenes inquietos, así como generar espacios de silencio y contemplación para escuchar la voz del Espíritu. Todos esto porque creemos que aún hay corazones que pueden encontrar su mejor versión al descubrir (como decía Félix de Jesús) que:

“Ser misionero es partir, dejar, sufrir, cruzar el mar, olvidar cosas, recordar personas, entregarse, vaciarse de uno mismo, caminar, descubrir, sembrar, esperar… Para ser misionero hay que conjugar muchos verbos. Sobre todo, amar, en todos los tiempos y a todas las personas”

 Tu hermano:

Josué, misionero del Espíritu Santo