El trabajo necesario para la reproducción de nuestras propias vidas (preparación de alimentos, limpieza, afectos, etc.) suele pasar desapercibido. Damos por hecho que está, alguien lo hace, y solo cuando falta y nos sumimos en el caos y en el temor, nos damos cuenta de su importancia. Esta invisibilidad no es casual: es el resultado de relaciones de poder que, a lo largo de los últimos siglos, han otorgado a las mujeres estas labores devaluadas, reservando para los hombres actividades consideradas más nobles y objeto de reconocimiento. En las últimas décadas, sin embargo, fruto de las luchas feministas por la igualación con los hombres y de las necesidades del propio sistema productivo capitalista, muchas mujeres se incorporaron al mercado laboral (en peores condiciones que los hombres), dejando un vacío en el hogar. Es lo que algunas feministas designan como la “crisis de los cuidados”.
Esta crisis de los cuidados se ha resuelto con la sustitución, de esas mujeres, por otras mujeres procedentes siempre de lugares periféricos. Entre los años 50 y 80 del siglo XX, fueron las migrantes rurales que llegaron a las periferias de nuestras ciudades las que se ocuparon de cuidar a los enfermos, mayores, niños y personas dependientes, así como los hogares propios y los de quienes podían permitirse el servicio doméstico; mientras que en las últimas dos décadas son mujeres también migrantes procedentes de la periferia del planeta (generalmente viejas colonias europeas) las que vienen a ocuparse de nuestros cuidados.
Vemos, por tanto, cómo una actividad familiar o comunitaria ha pasado a ser gestionada por el mercado. Pero vemos, además, que quienes ocupan el papel de cuidadoras lo hacen en una posición muy débil en relación a sus empleadores: se trata de mujeres, pobres, procedentes de países a su vez empobrecidos y por lo tanto con menos derechos que los nacionales. Y, por si fuera poco, sus condiciones de trabajo atomizadas –sin vínculos con compañeras de trabajo– reducen aún más su poder de negociación en ese mercado de los cuidados.
Las fronteras nacionales tienen su réplica en un mundo global en las ciudades que habitamos. Cuando alguien deja todo (su familia, su comunidad) y se juega el cuerpo en un viaje a un país más rico, se enfrenta a vallas, guardianes y mafias (que viven de esas vallas). Atravesarlas vivo es muy difícil, pero una vez en el lugar de destino, nuevas vallas en forma de papeles, controles policiales, pobreza y racismo se interpondrán en el camino a una vida digna. Los manteros que encontramos en nuestras calles lo saben muy bien.
A partir de este análisis, Senda de Cuidados nace en 2012 como una experiencia de confluencia de personas, procedentes de las luchas por el empoderamiento de las trabajadoras domésticas (colectivo Territorio Doméstico), y por los derechos de las personas inmigrantes (Asociación Sin Papeles de Madrid). El objetivo fundamental consistía en la creación de posibilidades laborales para las compañeras y compañeros de esas luchas que, en plena crisis, estaban viendo empeorar aún más sus condiciones de vida. Sin embargo, este intento por conseguir mejoras en las condiciones laborales y vitales debía ser acompañado de la lucha por la mejora misma de ese entorno de explotación al que se ven sometidas estas personas, de ahí que en la filosofía original de Senda esté el empuje al alza de los derechos sociales y laborales y el poder social de las trabajadoras.
Nuestro lema se resume en «trabajo y cuidados dignos». Pero, ¿de qué hablamos cuando decimos «trabajo digno»? Apuntamos directamente a ese mercado laboral que, basándose en discriminaciones de clase, género y raza, funciona a modo de sobre-explotación. La experiencia histórica nos dice que las lógicas de mercado que generan enormes desigualdades solo se trastocan cuando la presión social y política de un colectivo unido consigue mediante la solidaridad obtener mejores salarios, menos horas de trabajo, etc. El trabajo de intermediación laboral de Senda de Cuidados no es sino una herramienta más de esta suerte de sindicalismo social encaminado a mejorar las condiciones de las trabajadoras domésticas. Además, nuestra labor consiste en sensibilizar a los empleadores en la valoración de las cuidadoras, en su reconocimiento como forma de cuidarlas a ellos. Y por último, el trabajo digno se persigue a través de la ruptura del aislamiento en el que se trabaja en el mundo de los cuidados, facilitando la apertura de espacios de encuentro entre trabajadoras con el fin de que puedan definir conjuntamente su visión y de que puedan tejer relaciones de apoyo mutuo.
Eso, en cuanto al trabajo digno, pero ¿qué significa «cuidado digno»? Entendemos que el cuidado no es algo que no hay más remedio que asumir, sino que constituye la mejor expresión material de nuestra interdependencia social, aquello que nos hace humanos. Gracias al cuidado y la cooperación vivimos (y no tanto gracias a la independencia y la competencia, como postulan los discursos hegemónicos). Poniendo en el centro el cuidado nos obligamos a que éste sea de calidad y por eso nuestra escuela de cuidados proporciona formación en cocina, movilización de personas encamadas o formas de vincularse con los mayores. Además, asumiendo que la relación de cuidado siempre es intensa y compleja y puede conllevar conflictos, Senda lleva a cabo una labor de mediación entre las familias y las trabajadoras que ayuda a que el cuidado sea cercano y desplace las tensiones propias de una relación tan íntima y vulnerable.
El día a día de Senda
La labor central de Senda de Cuidados consiste en poner en contacto a familias que necesitan cuidados para alguno de sus miembros y trabajadoras y trabajadores que proceden de las redes de apoyo a personas migrantes en las que participamos. Esa mediación busca garantizar tanto un trabajo como un cuidado digno, así como facilitar la mediación en las negociaciones entre familias y trabajadoras. Actualmente son unas 50 las familias con las que trabajamos y 60 las trabajadoras y trabajadores que están con nosotros* (el 91% de los cuales ha conseguido un contrato indefinido).
Además, nuestra escuela de cuidados procura una formación de calidad para personas que van a incorporarse a Senda o que van a buscar empleo en el mundo de los cuidados.
Por último, buscamos que el paso por Senda no sea simplemente un medio para conseguir trabajo, sino también un modo de vincularse de cara a la formación de grupos de apoyo mutuo, cooperativas de cuidadores, etc.
Sostenibilidad económica y horizonte
Senda sobrevive gracias al apoyo económico de nuestros socios y de grupos humanos (como las parroquias) que creen en su labor. Actualmente contamos con 42 socios cuyas aportaciones apenas llegan a 9000 € anuales. Además tenemos otros colaboradores «puntuales» (en torno a 10 o 12) que son los que hasta ahora nos han permitido ir cubriendo gastos, aunque la puntualidad de sus aportaciones no nos permite asegurar que el próximo año continúe nuestra actividad. Eso nos obliga a vivir en una provisionalidad e inseguridad respecto al futuro de la Asociación al tiempo que intentamos abrir otras vías de financiación, como la pública.
Con estos ingresos, sumado a las pequeñas cuotas que se les cobra a las familias que contratan trabajadoras a través de Senda, conseguimos pagar el alquiler de nuestra oficina y remuneramos a nuestras dos trabajadoras para labores de intermediación.
Senda de Cuidados no ha parado de crecer desde que nació. Es una estupenda noticia que cada vez más familias busquen los cuidados para sus seres queridos intentando respetar los derechos laborales de quienes cuidan. No obstante, el tamaño actual de Senda hace necesario el replanteamiento de su sostenimiento económico y humano. A nivel económico, nos encontramos en una disyuntiva que nos obliga a preguntarnos: ¿podemos seguir creciendo en número de familias y de trabajadores, teniendo en cuenta que nuestras trabajadoras intermediadoras cada vez tienen más asuntos que afrontar con la misma jornada laboral? A pesar del aumento de familias, las cuotas que se les cobra por los servicios de contratación, información, orientación e intermediación resultan hoy por hoy insuficientes para plantearnos ampliar la jornada laboral de nuestras trabajadoras directas o para contratar a otra persona. De ahí que seguir asumiendo nuevas incorporaciones -familias y trabajadores- solo puede pasar por ampliar las donaciones y las aportaciones de socios.
Por otro lado, a nivel humano, hemos incorporado a tres trabajadoras que, aunque a tiempo parcial, pueden hacer más llevadera la enorme responsabilidad de decidir sobre multitud de cuestiones que se plantean en el trabajo cotidiano. Pero como el volumen de tareas desborda sus posibilidades, hemos iniciado la incorporación de algunas colaboraciones voluntarias en tareas concretas, así como alumnas de máster en trabajo social comunitario de la Universidad Complutense de Madrid.
Senda de Cuidados ha conseguido consolidarse y proporcionar decenas de empleos en mejores condiciones que en el mercado. No obstante, los recursos limitados nos impiden crecer, aun teniendo demanda. Por eso estamos explorando otras vías de financiación, como la pública. Pensamos que es precisamente desde las instituciones públicas desde donde se tendría que apostar por iniciativas que generen recursos entre las poblaciones más vulnerabilizadas, garantizando derechos laborales, poniendo en valor los cuidados y fomentando las redes comunitarias locales a través de la economía social. Por eso estamos, junto con otros colectivos, impulsando un nuevo rumbo en las políticas municipales que busque el retorno social de la inversión pública, que elimine de las políticas sociales el lucro por parte de grandes empresas privadas de “lo social” y que redistribuya recursos hacia quienes han sufrido mayor explotación y exclusión social. Las cooperativas de cuidadores, de comerciantes ambulantes legalizados o de mediadores sociales interculturales son los próximos retos que queremos afrontar.