¿Qué tienen en común estas dos localidades? Ambas celebran su Año Santo en 2017. El de Liébana porque el día de Santo Toribio de Liébana cae en Domingo. El de Caravaca fue concedido Año Jubilar Perpetuo que se celebra cada 7 años.
La posesión de una reliquia, en ocasiones de dudosa autenticidad, era una riqueza en la Edad Media puesto que era requisito indispensable para la consagración de Iglesias y Catedrales y un reclamo para la peregrinación y por lo tanto posterior desarrollo comercial de los lugares en que era venerada.
No es el objeto de este artículo cuestionar la autenticidad de estas reliquias sino proponeros dos lugares interesantes y bellos para visitar este Verano y, ¿por qué no?, ganar el Jubileo.
Santo Toribio de Liébana
Fue Santo Toribio de Astorga, custodio de las reliquias de Jesucristo en Jerusalén, quien contando con el permiso del papa de su época, trasladó un trozo de la Cruz hasta Astorga, ciudad de la que fue Obispo. Dicha reliquia fue trasladada a Liébana por cristianos que querían ponerla a salvo de los musulmanes que se encontraban ya en puertas del norte de la península en el avance de su invasión. Y fue el revulsivo definitivo para que el Monasterio de Santo Toribio y Liébana se convirtieran en importante lugar de Peregrinación.
Según el P. Sandoval, cronista de la orden benedictina, esta reliquia corresponde al «brazo izquierdo de la Santa Cruz, que la Reina Elena, madre del emperador Constantino, dejó en Jerusalén cuando descubrió las cruces de Cristo y los ladrones en el siglo IV. En la Edad Media era común regalar un trozo de reliquia en pago de ciertos favores. Así, poco a poco, el brazo izquierdo de la cruz iba acortándose con el tiempo. Es por ello que, en un momento determinado, viendo los benedictinos que se quedarían sin reliquia, la serraron, la pusieron en forma de cruz (incrustada en un relicario en forma de cruz de plata dorada, con cabos flordelisados, de tradición gótica, realizada en un taller vallisoletano en 1679) y la colocaron en un lugar cerrado y sellado para que nadie pudiera acceder a ella.
Las medidas del leño santo son de 635 mm, el palo vertical y 393 mm, el travesaño, con un grosor de 38 mm y es la reliquia más grande conservada de la cruz de Cristo, por delante de la que se custodia en San Pedro del Vaticano.
Un análisis científico sobre el sagrado leño, determinó que la especie botánica de la madera del Lignum Crucis es Cupressus sempervivens L., tratándose de una especie autóctona de Palestina y que data de aquella época. El ADN de esta reliquia ha servido para autentificar la procedencia de los otros fragmentos conservados.
Fuente y más información (https://www.caminolebaniego.com)
Caravaca de la Cruz
La historia de la Cruz de Caravaca tiene su origen en el pueblo de Caravaca de la Cruz, situado a 63 km de Murcia, España, y en ella se mezcla la historia oficial con leyendas que aportan matices mágicos y religiosos al mismo tiempo.
El título de Vera Cruz solamente se aplicaba al leño de Jerusalén, encontrado en el siglo IV por santa Elena, madre del emperador Constantino.
Cruz patriarcal
La Cruz de Caravaca es una cruz de las llamadas patriarcales, compuestas de un pie y dos travesaños paralelos y desiguales que forman cuatro brazos. Se conserva en un relicario con forma de cruz de doble brazo horizontal, de 7 y 10 cm, y de 17 cm de alto con la apariencia de un pectoral grande.
Según la tradición perteneció al patriarca Roberto de Jerusalén, primer obispo de Jerusalén después de haber sido conquistada a los musulmanes en la Primera Gran Cruzada (1099). Ciento treinta años más tarde (1229), en la sexta cruzada, un obispo, sucesor de Roberto en el patriarcado, tenía posesión de la reliquia. Dos años después la cruz estaba milagrosamente en Caravaca.
La historia oficial
La aparición de la Cruz en Caravaca acontece en la época de la incorporación del reino taifa de Murcia a la soberanía cristiana. Los cristianos que llegaban a tierras murcianas se sentían tocados y cobijados por una fuerza sagrada. De ahí que muchos liberados del cautiverio acudieran a depositar sus cadenas, como exvotos, a la pequeña capilla interior de la fortaleza, en donde custodiaba la Cruz la Orden militar encargada del Castillo.
Desde época muy temprana hay un reconocimiento oficial por parte de la Iglesia hacia la Cruz de Caravaca: la bula del Papa Clemente VII (1392), el decreto de Clemente VIII (1597), el de Paulo V (1606), las bulas de los Papas Alejandro VIII (1690) y Clemente XI (1705). En 1736 se concede a la Cruz el culto de latría. León XIII, en el 4 de diciembre de 1893, ratifica los mismos privilegios de los siglos XV y XVII.
La leyenda de la aparición según la tradición local
Según la tradición, la Vera Cruz se apareció en el Castillo-Alcázar de Caravaca el 3 de mayo de 1232 y allí se venera desde el siglo XIII cuando tuvieron lugar las primeras peregrinaciones. Por aquellas fechas reinaba Fernando III el Santo en Castilla y León, y Jaime I en Aragón. El reino taifa de Murcia estaba regido por Ibn-Hud. Es, pues, en territorio y dominación musulmana, cuando se narra el hecho.
La tradición local más popularizada narra que en 1231 se encontraba el rey almohade de Valencia y Murcia, Ceyt-Abu-Ceyt, en sus posesiones de Caravaca. Interrogó a los cristianos que tenía prisioneros para conocer los oficios que ejercían, con el fin de ocuparles en consonancia con sus habilidades. Entre ellos estaba el sacerdote Ginés Pérez Chirinos quien, en labores de misionero, había llegado desde Cuenca a tierras sarracenas para predicar el Evangelio. El padre Ginés contestó que su oficio era el de decir la misa. El rey moro quiso conocer cómo era tal cosa. Entonces, se mandaron traer los correspondientes ornamentos desde Cuenca y el 3 de mayo de 1232, en la sala noble de la fortaleza, el sacerdote comenzó la liturgia. Sin embargo, al poco de iniciarla hubo de detenerse explicando que le era imposible continuar pues faltaba en el altar un elemento imprescindible: un crucifijo.
En ese momento, por una ventana de la estancia, dos ángeles descendieron desde el cielo y depositaron una cruz de doble brazo en el altar. El sacerdote pudo entonces continuar con la celebración de la misa y, ante tal maravilla, Abu-Ceyt (junto con los miembros presentes de su Corte) se convirtió al cristianismo. Después se comprobó que la cruz aparecida era el pectoral del obispo Roberto, primer patriarca de Jerusalén, confeccionado con la madera de la Cruz donde murió Jesucristo.
Fuente: http://www.arquehistoria.com/
Más información: http://www.lacruzdecaravaca.com/noticias/